Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
Las bienaventuranzas están en el centro de la
predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al
pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo
a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y
describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la
gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las
actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas
que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los
discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan
inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.
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Las bienaventuranzas que marcan el inicio del Sermón de la Montaña, el
primero de los sermones de Nuestro Señor en el Evangelio de San Mateo.
Cuatro de ellas reaparecen en una forma ligeramente diferente en el
Evangelio de San Lucas (6, 22), de igual modo al comienzo de un sermón,
y que discurren paralelamente a Mateo, 5-7, si no a otra versión del
mismo. Y aquí se ilustran con la oposición de las cuatro maldiciones. El
relato más completo y el lugar más destacado que se da a las
Bienaventuranzas en San Mateo están bastante de acuerdo con el alcance y
la tendencia del Primer Evangelio, en el que el carácter espiritual del
reino mesiánico – la idea suprema de las Bienaventuranzas – es
continuamente destacado, en agudo contraste con los prejuicios judíos.
La
forma en la que Nuestro Señor manifestó sus
bienaventuranzas las convierte, quizás, en el único ejemplo de sus
dichos que puede ser calificado de poético al ser inequívocamente
claro el paralelismo de pensamiento y expresión, que es la
característica más notable de la poesía bíblica.
Primera
bienaventuranza.-
La
palabra pobre parece representar un encorvado, afligido, miserable,
pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, que se
inclina, humilde, manso, gentil. Algunos agregan también a la primera
palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante
Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina.
Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad
están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde
condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que,
por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de
espíritu”.
Segunda
bienaventuranza.-
Puesto que la pobreza es un estado de humilde sujección, el “pobre de
espíritu”, está próximo al “manso”, sujeto de la segunda
bienaventuranza. Los que humilde y mansamente se inclinan ante Dios y el
hombre, “heredarán la tierra” y poseerán su herencia en paz. Esta es una
frase tomada del Salmo 36 donde se refiere a la Tierra Prometida de
Israel, pero aquí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un
símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías.
Tercera
bienaventuranza.-
Los “que lloran” en la tercera bienaventuranza se oponen en Lucas (6,
25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los
motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza,
abatimiento y sometimiento, sino más bien los de las miserias que el
hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el
tremendo poder del mal por todo el mundo.
A
tales dolientes el Señor Jesús les trae el consuelo del reino celestial,
“la consolación de Israel” predicha por los profetas, incluso los judíos
tardíos conocían al Mesías por el nombre de Menahem, el Consolador.
Estas tres bienaventuranzas, pobreza, abatimiento y sometimiento son un
elogio de lo que ahora se llaman virtudes pasivas: abstinencia y
resistencia, y la Octava Bienaventuranza nos lleva de nuevo a la
enseñanza.
Cuarta
Bienaventuranza.-
Lo
primero de todo, “hambre y sed” de justicia: un deseo fuerte y continuo
de progreso en perfección moral y religiosa, cuya recompensa será el
verdadero cumplimiento del deseo, el continuo crecimiento en santidad.
Quinta
Bienaventuranza.-
A
partir de este deseo interior se debe dar un paso más hacia la acción
por las obras de “misericordia”, corporales y espirituales. Por medio de
éstas los misericordiosos logran la misericordia divina del reino
mesiánico, en esta vida y en el juicio final.
La
maravillosa fertilidad de la Iglesia en obras e instituciones de
misericordia corporal y espiritual de toda clase muestra el sentido
profético, por no decir el poder creativo, de esta sencilla palabra del
Maestro divino.
Sexta Bienaventuranza.-
Según la Biblia, la
“limpieza de corazón” no puede encontrarse exclusivamente en la castidad
interior, ni siquiera, en una pureza general de conciencia, como opuesta
a la pureza levítica, o legal, exigida por escribas y fariseos. Cuando
menos el lugar adecuado de tal bienaventuranza no parece estar entre la
misericordia y la pacificación, ni detrás de la virtud aparentemente de
más alcance del hambre y sed de justicia.
Pero frecuentemente
en el Antiguo y Nuevo Testamento el “corazón puro” es la simple y
sincera buena intención, el “ojo sano”, y opuesto así a los
inconfesables fines de los fariseos. Este “ojo sano” o “corazón puro” es
más que todo lo precisado en las obras de misericordia y celo en
beneficio del prójimo. Y se pone de manifiesto a la razón que la
bienaventuranza, prometida a esta continua búsqueda de la gloria de
Dios, consistirá en la “visión” sobrenatural del propio Dios, la última
meta y finalidad del reino celestial en su plenitud.
Séptima
Bienaventuranza.-
Los “pacíficos” son no sólo los que viven en paz con los demás sino que
además hacen lo mejor que pueden para conservar la paz y la amistad
entre los hombres y entre Dios y el hombre, y para restaurarlas cuando
han sido perturbadas.
Es
por esta obra divina, “una imitación del amor de Dios por el hombre”
como la llama San Gregorio de Nisa, por la que serán llamados hijos de
Dios, “hijos de su Padre que está en los cielos”.
Octava
Bienaventuranza.-
Cuando después de todo esto a los piadosos discípulos de Cristo se les
retribuya con ingratitud e incluso “persecución” no será sino una nueva
bienaventuranza, “pues suyo es el reino de los cielos”.
Así, la última
bienaventuranza vuelve a la primera y a la segunda. Los piadosos, cuyos
sentimientos y deseos, cuyas obras y sufrimientos se presentan ante
nosotros, serán bienaventurados y felices por su participación en el
reino mesiánico, aquí y en el futuro.
Las ocho condiciones
requeridas constituyen la ley fundamental del reino, la auténtica médula
y tuétano de la perfección cristiana.
Por su profundidad y
amplitud de pensamiento, y su relación práctica sobre la vida cristiana,
el pasaje puede ponerse al mismo nivel que el Decálogo en el Antiguo
Testamento, y que la Oración del Señor en el Nuevo, y supera ambos por
su belleza y estructura poética.
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martes, 11 de junio de 2013
"-LAS BIENAVENTURANZAS-" (Mt 5,3-12)
Dios te dice hoy (=
Te
tengo aquí, envuelto en el manto de mi amor; cobijado por mi paz, muy
dentro de mi corazón. Porque nunca debes de olvidar que nadie jamás será
capaz de apartarte de mi lado; de hacer que yo aparte mis ojos de mi
niña, de mi niño a quien amo. ( ¡Tu!)
Motivo
de mi alegría eres tu mi hija. mi hijo amado: ¿por qué tiemblas? ¿Por
qué lloras? ¿Por qué miras hacia atrás? ¿Por qué miras hacia los lados
cuando enfrente de ti están tus sueños, la satisfacción y la llenura que
tanto has anhelado?
Todo está seguro para ti, POR MI NOMBRE LO HE JURADO: mas tu parte es creer,
desechar las voces de mentira que, con envidia quieren verte privado de
la inmensa bendición que ellos jamás alcanzaran, mientras no me crean a
mí.
Mas tú has creído. Tu vida me has entregado: YO TE DARÉ AÚN MÁS y
eternamente aquí, cobijado por mi paz, envuelto en mi amor, morarás
seguro y a partir de hoy no escucharás a ninguno que te diga que “tú
no”; que para ti no es posible. Ellos no entienden mi amor, pero tu si
conoces cuanto te amo YO. No lo olvides.
Escrito por Hermes Alberto Carvajal
*Si, Dios puede jurar por su mismo Nombre, miralo en Éxodo 32:13. POR ESO SON TAN PODEROSAS SUS PROMESAS. CONFIA EN EL.
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