martes, 29 de enero de 2013

EJEMPLO DE GANDHI ♥♥♥

Por: P. Angel Peña O.A.R.
 


Mahatma Gandhi, el gran líder de la independencia de la India y organizador de la resistencia civil contra la dominación inglesa, fue un hombre creyente, que confiaba plenamente en Dios. Decía: Para mí es una tortura permanente hallarme todavía tan lejos de Dios. Él, como muy bien sé, gobierna cada soplo de mi vida y de cuyo linaje soy13 .

En sus escritos, nunca se encontrará una palabra de venganza contra sus enemigos. Y para conse-guir sus metas, nunca acudió al odio o a la violencia. Siempre hablaba de tolerancia, perdón y de no violencia activa o de violencia pasiva. Decía: Sería inconcebible encontrar en mis escritos una sola palabra de odio. ¿No es el amor lo que hace vivir al mundo? No hay vida donde no está presente el amor. La vida sin amor conduce a la muerte. De ahí que su amor por los más pobres, lo mismo en Sudáfrica que en la India, le llevó a defender sus derechos como abogado, defendiendo siempre la igualdad de todos los seres humanos y buscando la unidad sin diferencia de raza o religión. Las últimas palabras de su Autobiografía son:

Le ruego al lector que se una a mí en una oración al Dios de la Verdad para que me permita alcanzar la no violencia en la mente, en la palabra y en la acción14 .

Sin embargo, para llegar al autodominio que consiguió hasta el punto de hacer voto perpetuo de castidad, y defender siempre la verdad, la honradez y la justicia, tuvo que pasar por muchos sufrimientos personales y por muchas etapas de dudas, sobre todo, en su adolescencia y juventud. Él nos dice que sus padres lo casaron a los 13 años y pronto quedó presa de la lujuria. En algunas ocasiones, hasta robó para poder conseguir lo que quería y no faltaron algunas mentiras, sobre todo, por efecto de las malas compañías. Pero veamos lo que él mismo nos dice al respecto y cómo pudo superar las pasiones y los vicios con su fuerza de voluntad y con la ayuda de Dios.

Un día, mi amigo me llevó a un burdel. Me introdujo, dándome las necesarias instrucciones. Todo estaba arreglado. Ya habíamos pagado el precio. Entré en las fauces del pecado, pero Dios, en su infinita misericordia, me protegió, pese a mí. Prácticamente, me quedé ciego y sordo ante el espectáculo del vicio. Me senté cerca de la mujer en la cama, pero tenía un nudo en la lengua que me impedía decir palabra. Ella, lógicamente, perdió la paciencia y me señaló la puerta, entre sarcasmos e insultos. Sentí entonces como si mi hombría hubiera sido insultada y deseé, de pura vergüenza, que la tierra me tragase. Desde entonces, no he dejado de darle gracias a Dios por haberme salvado... Pero ni siquiera eso fue suficiente para abrirme los ojos y hacerme com-prender lo peligroso de la compañía de mi amigo. Quedaban muchas amargas heces reservadas para mí, hasta que mis ojos descubrieron la verdad, al contemplar algunos de sus vicios, por completo insospechados para mí... Yo era un esposo amante y celoso, y mi amigo encendía la llama de las sospechas con respecto a mi mujer. Nunca pude dudar de su veracidad. Pero jamás podré perdonarme la mucha violencia de que he sido culpable al darle disgustos a mi mujer, actuando bajo la influencia de mi mala compañía... El cáncer de la desconfianza fue únicamente desarraigado, cuando comprendí lo que era la castidad y sus consecuencias... Siempre que me acuerdo de esos días sombríos, llenos de dudas y recelos, maldigo una y mil veces mi estupidez y mi crueldad sensual, así como también deploro profundamente la ceguera que mantuvo mi amistad con aquel muchacho15 .

Por otra parte, un pariente y yo nos acostum-bramos a fumar. No es que pensáramos que el cigarrillo era saludable ni que estuviéramos enamorados del sabor o del olor del humo del tabaco. Sencillamente, imaginábamos que se obtenía un gran placer emitiendo nubes de humo por nuestras bocas. Mi tío estaba enviciado y, cuando lo vimos fumar, pensamos que debíamos imitar su ejemplo. Comenzamos a recoger las colillas que mi tío arrojaba por todas partes. Pero no siempre conseguíamos todas las que queríamos y, además, una colilla da poco humo. Por consiguiente, comenzamos a robar algunos cobres del monedero de la servidumbre para comprar cigarrillos indos. El problema mayor consistía en ocultarlos. Por supuesto, no podíamos fumar en presencia de nuestros mayores. Pero, de cualquier forma, nos las arreglamos durante unas cuantas semanas merced a las monedas robadas... Era insoportable que no pudiéramos hacer nada sin el permiso de los mayores. Al fin, en el colmo de nuestro disgusto, ¡decidimos suicidarnos! Oímos decir que las semillas del “dhatura” eran un veneno muy eficaz... Ingerimos dos o tres de las semillas fatales. No nos atrevimos a más. Los dos nos resistimos ante la idea de la muerte... Pero la idea de suicidarnos produjo en mi pariente y en mí la decisión de dejar el vicio de fumar colillas y de robar monedas de cobre para comprar tabaco. Desde entonces, jamás he sentido la tentación de fumar y siempre he considerado ese vicio como algo bárbaro, sucio y nocivo. Jamás he logrado comprender cómo es posible que impere ese furor por fumar, que domina el mundo entero.

Pero mucho más serio fue el robo que cometí algún tiempo después. Tenía quince años y robé un pedacito de oro del brazalete de mi hermano. Aquélla complicidad resultó demasiado fuerte para mí y resolví no volver a robar nunca más. Y también tomé la decisión de contarle la verdad a mi padre. Tenía miedo del dolor que iba a causarle. No obstante, pensé que era necesario correr el riesgo y que no podía haber una purificación suficiente sin la confesión de mis culpas. Decidí escribir la confesión para entregársela a mi padre e implorar su perdón. La redacté en una hoja de papel y se la entregué yo personalmente. En dicha nota, no sólo confesaba mi culpa, sino que solicitaba un adecuado castigo, y concluía rogándole que no se castigara a sí mismo por culpa de mis pecados.

Temblaba de pies a cabeza, cuando hice entrega a mi padre de la confesión. Él estaba enfermo y se hallaba en cama. Le entregué la nota y me senté en su humilde lecho. Comenzó a leerla y, gruesas lágrimas cayeron de sus ojos como si meditase, y luego rasgó el papel. Yo también lloraba, pues podía advertir fácilmente la agonía que estaba padeciendo mi padre... Aquellas perlas de amor que rodaron por las mejillas de mi padre purificaron mi corazón y lo dejaron libre de pecado. Solamente el que ha experimentado tal amor puede saber lo que es… Ciertamente, una confesión pura, acompañada por la promesa de no volver a pecar jamás, y que se hace a quien debe recibirla, es el tipo más puro de arrepentimiento. Yo sé que mi confesión hizo que mi padre se sintiera absolutamente seguro de mi conducta futura y que su cariño por mí aumentara lo indecible
16 .


Su sentido de la caridad y su amor al prójimo fueron extraordinarios. Cuenta en su Autobiografía que un día llamó a su puerta un leproso. Y dice:

Yo no tuve valor para darle una comida y despedirlo. Por consiguiente, lo albergué en mi casa, curé sus heridas y lo atendí lo mejor que pude. Pero no podía seguir así indefinidamente. Me faltaba la voluntad necesaria para tenerlo siempre a mi lado. Por tanto, lo envié al hospital del gobierno para los trabajadores indos. Pero me sentía angustiado. Deseaba cumplir algún trabajo humanitario de carácter permanente… Por eso, comencé a trabajar en el hospital dos horas cada mañana incluido el tiempo de ir y venir. El trabajo consistía en escuchar las quejas de los pacientes, exponer los hechos al médico y preparar las medicinas. Este trabajo me proporcionó cierta paz espiritual17 .

Pero quizás algo insólito y que a los hombres de hoy los puede dejar sorprendidos es que, después de muchas luchas y de mucho pensarlo, hizo su voto de castidad perpetua de acuerdo con su esposa. Dice: Me costó mucho tiempo librarme de la lujuria y hube de pasar por muchas duras pruebas antes de lograr superarla18 . Después de amplias discusiones y de muchas deliberaciones, hice mi voto en 1906. Hasta entonces, yo no había participado a mi esposa lo que pensaba y solamente le consulté en el momento de hacer la promesa. Ella no se opuso. Pero tuve grandes dificultades para adoptar la decisión definitiva. Carecía de las fuerzas necesarias. ¿Como iba a controlar mis pasiones? La eliminación de las relaciones carnales con la propia esposa parecía entonces algo muy extraño. Pero me lancé hacia adelante con fe en la ayuda de Dios. Cuando echo una mirada retrospectiva a los veinte años transcurridos desde que hice el voto, me siento invadido por el asombro y la satisfacción. La libertad y el júbilo que sentí después de formular el voto, jamás los había experimentado antes de 1906. Antes de hacer el voto, siempre me sentía al borde de verme tentado en cualquier momento. Luego, el voto en sí era un escudo seguro contra la tentación. La enorme fuerza de la castidad se me hacía patente cada día… Pero, si era motivo creciente de júbilo, nadie piense que me resultaba cosa fácil. Incluso, después de cumplir los cincuenta y seis años, seguía siendo difícil. Continuamente me doy cuenta que es algo así como caminar por el filo de una espada y advierto a cada instante la necesidad de mantener una vigilancia permanente… Después de regresar a la India, fue cuando comprendí que la castidad era imposible de lograr mediante el mero esfuerzo humano. Hasta entonces, yo me había esforzado con el convencimiento de que por sí sola, la dieta de fru-tas me permitiría desarraigar todas mis pasiones y me recreaba pensando que no tenía nada más que hacer. Por eso, permítaseme aclarar a aquellos que desean observar la castidad con el propósito de realizarse en Dios, que no tienen que desesperar, con tal que su fe en Dios se iguale a su confianza en el propio esfuerzo19 .

Por otra parte, su desprendimiento de las cosas materiales fue proverbial, nunca trabajó por el simple afán de ganar dinero y menos le gustaba que le hicieran regalos. Por eso, cuando después de haber vivido en Sudáfrica por segunda vez, quiso regresar a la India y le quisieron hacer costosos regalos, no los aceptó. Dice:

¿Que derecho tenía yo de aceptar tales regalos? Si los admitía, ¿cómo podía persuadirme de que estaba sirviendo a la comunidad sin remuneración? Todos los regalos, salvo algunos que me habían hecho mis clientes, eran por mi prestación de servicios a la colectividad y ni siquiera podía establecer diferencias entre mis clientes y mis colaboradores, pues que los primeros también me ayudaron en las actividades de orden público. Uno de los pre-sentes era un collar de oro que valía como mínimo cincuenta guineas, destinado a mi esposa. Pero incluso ese regalo era en recompensa de mis actividades públicas, de manera que no podía separarse del resto… Me resultaba difícil rechazar regalos de tanto valor, pero más difícil aún me resultaba retenerlos. E, incluso, si yo podía retenerlos, ¿qué ocurriría con mi mujer y mis hijos? Yo los estaba educando para una vida de servicio, haciéndoles comprender que servir a los demás lleva en sí su recompensa. No teníamos en la casa joyas ni ornamentos valiosos. Había convertido nuestras vidas en una expresión de máxima sencillez. ¿Cómo, pues, podíamos permitirnos el lujo de tener relojes de oro? ¿Cómo podíamos llevar cadenas de oro y anillos de diamantes? En aquel tiempo, yo exhortaba a la gente a desprenderse de la fatuidad de las joyas. ¿Que debía hacer en-tonces con las alhajas que habían llovido sobre nosotros? Decidí que no debía retener aquellas cosas… Devolvimos todos los regalos recibidos en 1896 y 1901.

Jamás lamenté el paso que había dado y, con el correr de los años, mi esposa también comprendió lo prudente de la medida. Ahora tengo la opinión inquebrantable de que quienes se dedican al servicio de la sociedad no deben aceptar donaciones valio-sas20 .


Pero, sobre todo, la vida de Gandhi se distingue por su gran amor por la verdad. Era un hombre con nobles sentimientos entre los que destacan el amor a la sinceridad y la honradez en todas sus formas. Dice:

Nunca recurrí a la mentira en el ejercicio de mi profesión, a pesar de que una gran parte de mi actuación como abogado se cumplía en beneficio de asuntos públicos, a cuya dedicación no escatimaba tiempo ni dinero... Cuando yo era estudiante, había oído decir que la profesión de abogado es la profe-sión del mentiroso. Pero esto no influyó en mi espíritu, porque yo no pensaba conquistar posiciones o ganar dinero mediante la mentira. Mis principios fueron puestos a prueba más de una vez en África del Sur. Muy a menudo, supe que mis adversarios habían preparado a sus testigos y que con sólo alentar a mi cliente y a mis testigos a mentir, podíamos ganar el caso. Pero siempre me resistí a la tentación... De entrada, advertía a cada cliente nuevo que no esperara de mí la asunción de un caso falso o que sobornara a los testigos; esto dio como resultado que alcancé tal reputación que jamás llegaban a mi mesa casos falsos. Incluso algunos clientes reservaban los casos correctos para mí, llevando los dudosos a otros abogados21 .

 

En resumen, Gandhi fue siempre un ejemplo y un modelo a seguir para todos. Un hombre, que siempre defendió la verdad y la justicia y que, al final, como tantos grandes hombres a lo largo de la historia, murió mártir e incomprendido por muchos. Fue asesinado por un hindú en 1948.

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